12 de agosto de 2009

Clara de Asís: custodia del amor de Dios


¡Qué mejor custodia para el Señor que la propia existencia! Este es el testimonio de vida que Clara de Asís dejó para sus “hermanas pobres” –las, ahora, clarisas- y para el resto de la humanidad. Clara descubrió en su interior la presencia del Padre y no dudó en convertir su vida en casa de Dios donde se respiraran pobreza, humildad, servicio, oración, fraternidad, gratuidad… Su entrega libre y valiente a Dios la materializó uniéndose a la causa de Francisco cuando, la noche del domingo de Ramos del año 1211, recibió del “pobrecillo de Asís” el hábito.

Pronto se unieron a ella otras hermanas que encontraban en Clara un modelo de amistad con Jesús basado en la comunión, en la sencillez, en el silencio, en la austeridad y en la alegría. Vivían la clausura en el monasterio de San Damián, sin embargo no experimentaban esto como huída del mundo, sino como una adhesión íntima a la humanidad. Su entrega callada a la vida en comunidad y a la contemplación de la vida de Cristo, se transformaba en oración solidaria por los que sufren en el mundo. Su testimonio fue haciendo que más mujeres, de todas las condiciones, quisieran unirse a vivir esa pobreza evangélica que colma.

Orar era para Clara como respirar. Decían las hermanas que cuando volvía de estar orando es como si viniese del Cielo. Uno de los episodios más significativos de la vida de Clara es cuando los sarracenos invadieron la ciudad y estuvieron a punto de entrar en el convento. Clara se postró ante la Custodia y pidió a Jesús con estas palabras: “Señor mío, ¿acaso quieres entregar en manos de los paganos a tus siervas indefensas, que he educado por tu amor?”. La liberación de Asís se dio milagrosamente enseguida. De hecho, a santa Clara se le representa con una custodia en las manos por este motivo.

Jesús, nos invita a comer de Él, a impregnarnos de su vida. Cuando nos dice: “ámense como el Padre me ama a mí y yo los amo a ustedes”, nos está invitando a acoger el amor de Dios en nuestro ser y a transparentarlo a los demás. Estamos invitados a ser “custodias” del amor de Dios, receptores y dadores de ese amor. Clara, con su custodia en las manos nos recuerda esta invitación.

Javier Bustamante
Espa
ña

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