12 de noviembre de 2009

Un buen hombre, Clemente Mur


Recuerdo que de niña me gustaba ver en la televisión especialmente los programas donde aparecían caricaturas, cómics y series infantiles y prestaba especial atención en cada uno de los personajes y sus características.

Pienso que en esos programas, los héroes, heroínas y animales con poderes especiales que conviven de forma natural con la gente, tienen unas características determinadas que los hacen dividirse en dos grupos, el de los buenos y el de los malos.

La persona buena es aquella que cuenta con unas características espefícicas, fácilmente identificable y sobre todo propensas a que la gente se les acerque de manera rotunda y con alegría; por otro lado, nos encontramos con aquellos que se instalan en el egoísmo, en el rencor, en la mentira de forma natural y crean división entre las personas, pero curiosamente cuentan con un cierto magnetismo que atrae, que vislumbra y que atrapa.

A medida que iba creciendo me daba cuenta de las características diferenciales relativas a las buenas personas. Con el pasar de los años he ido cambiando la visión de aquellos personajes infantiles de la televisión; lógicamente a ello también ha contribuido las personas que se han cruzado en mi camino y eso ha hecho que la primera visión se haya transformado.

Un entrañable amigo me contó una vez la historia de un gran amigo suyo que se llamaba Clemente Mur Linares. Recuerdo que me explicó detalles especiales de su vida, sobre su testimonio y que destacó concretamente en ciertos valores humanos como la sencillez, espíritu de servicio, de acogida, solidaridad, humildad, don de consejo, alegría y sobre todo, buen humor!

Quedé maravillada de la forma en que me narró su historia y la manera tan cariñosa con la cual se expresaba y lo recordaba. Eso provoco en mí una gran inquietud de conocer más sobre él, e insistí a mi amigo, para que siguiera contándome más. Recuerdo que le pedí con insistencia que continuara narrándome la vida de aquel hombre bueno y no hizo más que exclamar: “Clemente se lo merece todo!, se que es poca cosa lo que puedo contarte de él e intentaré hacerte un esbozo sencillo y sin fantasías sobre la manera transparente como vivió Clemente.

Continúo con su narración y me explicó que un grupo de gente que había conocido a Clemente habían organizado en su nombre una entrega de premios, que llevan como título: «Premios Clemente Mur». Se trata de premiar a las buenas personas. Este premio lo organiza una entidad que busca difundir los valores humanos, desde una nueva perspectiva, propiciando espacios donde la belleza fluya con el arte y que además las personas sean las protagonistas en todo lo que la entidad organiza.

Pero, ¿un premio para las buenas personas?, me parece una cuestión novedosa en nuestros días ya que poca gente se fija en la bondad de las personas que nos rodean y menos como para darles un premio.

Remarcó mi amigo que no se trataba de buscar personas importantes dentro del mundo de la política, la cultura o del deporte, sino de reconocer el trabajo silencioso y sencillo de aquellas personas que favorecen una convivencia agradable, construyendo a su alrededor un mundo solidario y en definitiva, un mundo más humano.

Los galardonados con el premio suelen ser personas que manifiesten que cualquier ser humano es digno de ser estimado por el sólo hecho de existir y estos candidatos han de ser presentados por un grupo, una asociación, una entidad o comunidad de vecinos. Posteriormente son elegidos por un jurado que analiza y valora las propuestas presentadas y selecciona a los que serán premiados.

Después de la extensísima explicación de mi amigo, me di cuenta que estamos rodeados de muchísimas personas buenas y que, muchas veces, ni nos detenemos a pensar en ellas, ni mucho menos, detectamos aquello que las hace diferentes y especiales.

Seguramente hay hombres y mujeres santas que conviven con nosotros día a día y que por nuestro quehacer diario no reconocemos o simplemente, no queremos reconocerlo, por envidias, egoísmo o miedo a que nos interpelen demasiado y nos provoquen cambios en nuestros hábitos, muchas veces tan obcecados y tan sin razón.

Al final de la charla con mi amigo, me di cuenta de que todos estamos invitados a ser buenas personas, a generar esperanza todos los días y sobre todo, a ser motores que empujen al otro, al más cercano, a la gran alegría que es existir y vivir la vida sintiendo la brisa que nos acaricia la cara.

Al acabar de escribir estas líneas me di cuenta de que podemos escribir ‘buen hombre’ u ‘hombre bueno’ y he visto que hay una gran diferencia entre una expresión y la otra, ya que cuando el adjetivo viene delante de un sujeto, eso quiere decir que es una constatación y por eso quise hacer constar que Clemente realmente fue un buen hombre de nuestros días.

Thelma Gil Samaniego Ibarra
España

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