12 de enero de 2013

Pliego nº 48




Los que tenemos una cierta edad, vibra en nosotros de una manera especial, el Concilio Vaticano II, que se inauguró hace 50 años. Fue un acontecimiento muy especial en nuestro mundo occidental y de una manera especial, en nuestros ambientes católicos: en las parroquias, en grupos de jóvenes cristianos, y también en personas mayores que se emocionaban con las noticias, que iban llegando día a día, -sin la inmediatez instantánea que hoy se mueve el mundo- pero como una lluvia mansa que riega la tierra y le da vida. Los que ya estamos en la llamada Tercera Edad (de los 60 a los 90 años) recordamos aquella convocatoria que hizo aquel Papa de gesto bondadoso, que era Juan XXIII.

No es de extrañar que en la conmemoración de medio siglo de historia contemporánea, desde la iniciativa de la cúpula eclesial, se organice el Año de la Fe. También en recuerdo de otro aniversario, el veinte, que es el de la promulgación  del Catecismo de la Iglesia Católica.

Este "Año de la Fe", convocado por el papa Benedicto XVI, tiene como finalidad poner en práctica la misión evangelizadora de la Iglesia, que ya se mencionaba en aquel documento conciliar (Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia). Que sea pues este 'Año', como una «consecuencia y exigencia postconciliar».

Un documento base y punto de partida es "Porta fidei", presentado por el Papa el mismo día 11 de octubre pasado, aniversario del día en que se proclamó el anuncio del Concilio. Nos introduce en el tema de la comunión con Dios, adentrándonos en la Iglesia y siguiendo el camino que las Sagradas Escrituras nos señalan: «Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada». Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino.

“Porta fidei” nos propone redescubrir el camino de la fe para iluminar, de manera cada vez más clara, la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. Y lo matiza con estas palabras: Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios,

El Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor. Este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4).

Pero este “Año de la fe” nos mueve a tener esperanza y a practicar la caridad: «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra. (cf. Mt 28, 19).

El “Año de la fe” deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.

Es hermoso un conjunto de párrafos que forman una harmonía:
Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó...
Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir al Maestro…
Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida…
Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio…
Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejándolo todo…
Por la fe, hombres y mujeres de toda edad han confesado la belleza de seguir al Señor Jesús.

El Santo Padre pide “que nadie se vuelva perezoso en la fe”.  Y nosotros desde estas páginas del Pliego, a lo largo de los meses de este año iremos publicando artículos enmarcados en este “Año de la Fe”. Tenemos una amplia temporada (del 11 de octubre pasado al 24 de noviembre de 2013, que suman más de 400 días) para entusiasmarnos con la gracia de Dios, que es contemplar su presencia en nuestras vidas.

José Luis Socias Bruguera
Barcelona (España)
 

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