12 de agosto de 2013

Testimonio de fe


Podría decir que mi encuentro con el Alfredo Rubio es un "parte aguas" en mi vida, yo me había alejado de la religión y solo me dedicaba a ser profesional y pasar por la vida, hasta que conocí a su familia de fe. Y me invitaron a ir a España. Lo tomé como un respiro en mi vida tan vacía y tan falta de fe y confianza en Dios. 

Sentía que sería un lugar seguro, mi madre me enseño la religión católica y ella fue muy devota, pero con su muerte tan inesperada, mis creencias se volvieron reclamos y me alejé de todo lo que no me ayudo en ese momento, según mi criterio. Al llegar a España y conocer a Alfredo Rubio, que no me pedía nada, sólo la importancia de existir, cosa que no entendí en un comienzo. Escuchar sus pláticas y cuando me sugería acompañarlo a la eucaristía, él escuchaba con paciencia mis negativas y me decía: "sólo oye la homilía y te sales". Al no forzarme a nada, sólo a acompañarlo, hizo que mi cambio fuera paulatino. 

Me enseñó que Dios no es algo muerto, rígido, sin contexto, me enseñó que es algo que está dentro de nosotros, que tenemos que buscarlo, alimentarlo, encontrarlo y trasmitirlo. Cada día con él fue todo una experiencia. Me enseñó a perdonar, para salir adelante. Me explicó que muchas de mis percepciones, en determinados momentos eran distorsionadas por las emociones. Me enseñó a conocer nuevos horizontes, nuevas personas, a ver que todos somos parte de esta vida. Y a aceptar que cada uno es diferente. 

Abrió en mi una nueva etapa…. nunca lo vi como una persona mayor, porque desde el principio me quito el 'Usted' que es tan arraigado en mis costumbre, lo veía como una persona actual, dinámico, seguirle el ritmo era todo un reto, teniendo yo 27 años en aquel entonces. Me enseñó a reconocer las cosas importantes de la vida y dejar de lado las cosas tontas y sin significado. Me enseñó a conocer y esperar que Dios se comunicara conmigo, no como yo quería, sino sabiendo apreciar lo que se me iba dando. Cada momento con él lo he apreciado a lo largo de la vida. 

Yo siempre he tenido temor a idealizar a las personas y quitar los defectos. El en la etapa final de su vida me enseñó a verlo con todos sus miedos, con todos sus cambios de carácter, el reconocerlos y pedir disculpas, fue toda una enseñanza. Y que en esos momentos de tanto dolor y de tanta angustia, me preguntara como me sentía yo, o mi esposo o mis hijos..., fue una cosa nueva para mi, su humanidad en toda la expresión. 

Ver que se entregaba con fuerza, entereza y a la vez con debilidad física, sin olvidar su misión, que era enseñar con el ejemplo. Fue muy gratificante para mi. Y aun lo tengo, por decirlo así, tatuado en mi ser. 

Mi experiencia con Tante fue diferente. La cuidé en una época muy dolorosa para ella, y en un principio, logramos una gran armonía y me cautivó, pero su carácter fuerte, muy similar al mío, sin las mediaciones de la edad, hizo que yo me retirara de su lado, porque yo en mi vida personal fui muy agredida y a veces respondía con agresión, y nunca quise faltarle al respeto, por ello, creo que nunca la valoré en su contexto, porque en esa etapa de mi vida, mis heridas estaban aun abiertas. 

Mis hermanos en la fe, en especial José Luis, así lo entendió y me ayudó, teniendo en cuenta mis argumentos. Por ello lo más trascendental en mi vida, conviviendo con ellos, fue el contacto con Alfredo, que me dió lo que yo necesité en aquel momento y me devolvió la confianza en mi y la fe en Dios, la cual me ha ayudado a salir adelante, no digo que sin vacilaciones aún, pero si con más entereza. 

Con todo cariño y reconocimiento.

Bertha Covarrubias Manrique 
México 

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