12 de noviembre de 2013

Pliego nº 58


Dios cercano

Hemos hecho un recorrido desde los últimos Pliegos sobre los mandamientos de la Ley de Dios, a partir del último mandamiento. Cada uno de ellos se refiere principalmente a actitudes éticas. En este proceso que hemos seguido ahora corresponde el primer mandamiento: “Amar a Dios sobre todas las cosas y no tener otro dios más que a ése”. Fijémonos de modo especial que significa el concepto de amar a Dios sobre todas las cosas. Los otros mandamientos siempre están referidos a actitudes de amor al prójimo. Es evidente que si amas al prójimo no matas, no mientes, etc.

El amor se puede entender de muchas maneras, desde la estética, la pasión, la confianza, desde el atractivo filosófico, etc., pero desde Dios Padre el amor es pura benevolencia, entrega, compromiso de hacer fructificar la caridad en todos los humanos sin ninguna distinción. Este amor tiene toda la fuerza de atracción para llamar a ser instrumentos del amor de Dios Padre.

El término “amor a Dios” no es exclusivo de la religión judía, sin embargo normalmente de manera tímida muchas religiones también lo contemplan como una actitud intelectual a tener en cuenta hacía Dios, en otras religiones el amor de Dios a la humanidad es menos importante. A Él se le sitúa en un plano lejano, pero siempre en todas las religiones se subrayan una serie de atributos como son el poder (todopoderoso), la justicia de Dios, el temor de Dios, etc. El mundo judío llama a una actitud amable hacía Él y a una correspondencia que Él tiene con los humanos, sin embargo es vivido desde  una lejanía que por supuesto es más cercano y menos temible que los dioses de la mitología y de otras religiones.

El Dios “cristiano” se entiende de modo lúcido y claro a través de Jesucristo. La filiación divina es la que nos muestra la cercanía de Dios, es el Dios próximo que se implica en la humanidad. Y es Jesucristo que nos hace entender la fuente de amor que mana de Dios Padre expresada por la luz del Espíritu Santo. Jesucristo nos explica cómo Dios se encarna en medio de la humanidad tanto que Jesucristo nos ofrece la entrañable imagen del Padre Amigo que invita a la confianza y nos muestra una relación personal a través del frondoso lenguaje del Espíritu Santo como fuente de alegría que produce la caridad que mana de Dios Padre. Y, en Jesucristo, que es “nuevo Paraíso” para la humanidad es el gran regalo que el Padre hace para cada uno de los bautizados y de la sociedad que es capaz de entenderle.

Alfredo Rubio en su reflexión sobre Los Diez mandamientos nos habla de Jesucristo “lleno de la alegría del Espíritu Santo”. Podemos añadir que además es luz y fuente del “nuevo Paraíso” quien a su vez es fuente de felicidad, o para utilizar un término menos coloquial fuente de beatitud.

Cuantas personas de buena fe se escandalizan al pensar que Dios quiere que los humanos sean felices y no se dan cuenta que Dios quiere que la caridad llegue a todos para conseguir una verdadera paz. ¿No es esto la felicidad, el vivir la paz en el alma? Esto no significa creer en un “Dios de rebajas”, todo lo contrario es el Dios Amigo inabarcable, que en la cercanía de la infinita caridad también reprende, es crítico con los humanos, nos empuja a que reaccionemos ante la cobardía, la pereza o incluso ante la frialdad. Invita a vivir desde Dios Padre que es el máximo gozo que se alcanza al dejarse arrebatar por la vida plena que Jesucristo nos explica y da testimonio.

La vivencia de la cercanía al Padre nos motiva a vivir la nueva dignidad humana de Jesucristo. Dios ama tanto al ser humano que por ello nos envía a Jesucristo y la luz del Espíritu Santo para que seamos conscientes de la predilección que Él tiene para  nosotros como hijos, por ello deposita toda la confianza en las criaturas humanas y en toda la creación.

Saber amar desde Dios Padre a los demás, si uno desea vivir la comunión con Él, el efecto y las gracias de este amor se multiplica. Hemos escuchado muchas veces que es importante amar a los demás por lo que son y no preocuparnos más, ello ya es suficiente; recordemos el mensaje evangélico de amarnos los unos a los otros como Dios Padre nos ama. La consecuencia de vivir el Bautismo es amar desde Dios Padre aunque a algunos les parezca como si se tratará de un cierto orgullo personal. Jesucristo nos enseña a subirnos a la plataforma para ver desde la perspectiva de la CARIDAD (con letras mayúsculas), para darnos cuenta de que en esta actitud de amor, de verdadero Padre, se pone en evidencia la entrega, la transparente y la viva fuerza de la caridad.

Amar desde los brazos de Dios Padre se ama de distinta manera el mundo, esto es posible desde el vivir las Bienaventuranzas y, como no, el comprender y gozar de la vida sacramental  y de tantos medios que nos ofrece la Iglesia como comunidad de fe.                    

José M. Forcada
(Barcelona)        


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