12 de diciembre de 2014

Pliego nº 71


Tres maneras –progresivas- de orar

La mayoría de cristianos rezamos a Dios siempre pidiendo algo. Sentimos, intuimos que Él es el Creador, tiene todos los bienes y es bueno y generoso. Por eso creemos que no los guarda para sí, sino que los reparte a manos llenas entre los hombres y mujeres que los necesitamos, como limitados que somos por ser humanos.

Pedir no ofende a nadie, tampoco a los humanos. Más bien sucede al contrario: es un elogio que hacemos al otro. Al pedirle algo, le decimos, primero, que pensamos que tiene un mínimo de sobrante que es lo normal para vivir; y segundo, que en vez de acumularlo desea compartirlo con los demás. Si el otro no tuviera tampoco nada, entonces somos hermanos, dos a pedir; y si, teniendo, no quiere compartirlo, pues no se hable más, ya que líbreme Dios de forzarle lo más mínimo.

(Hace tiempo caí en la cuenta de que la palabra “pordiosero”, en su origen, no significa alguien que va sucio, mal vestido, etc. sino que es aquel que pide por amor de Dios. Por-dios-ero. ¡Qué hermosa palabra! ¡Cuántos santos han sido pordioseros en este sentido etimológico!)

Esto mismo que decimos lo podemos aplicar a nuestra oración a Dios.

Pero al principio, en el título de esta reflexión dije que había tres modos de orar. Quedan dos. ¿Cuáles son?

En el primero que hemos visto, pienso más que nada en mí, que soy indigente y necesitado. Pero, segundo, alzando la mirada, puedo pensar en Dios que me lo dio y debo ser agradecido. Es la oración de acción de gracias. Ahora me fijo en mí, sí, pero también en Él. Nada menos que la Eucaristía podría clasificarse en esta segunda manera de orar: en ella, le damos gracias al Padre porque nos ha enviado el mayor y más querido regalo, su Hijo Jesucristo. Es el culmen aquí en la tierra.

Entonces, en este itinerario ascendente, ¿ya no hay más? ¿No hay un modo superior de orar?

Hay un tipo de oración que es el que utilizan los ángeles en el cielo que alaban a Dios, Uno y Trino. Es la tercera manera: la oración de alabanza. Solo eso. Solo fija la mirada en Dios; no en uno mismo, no en los humanos sino en la divinidad. Dios es grande. Dios es incomensurable. Dios es inabarcable … y sin embargo tan cercano y amigo!: ¡Santo, Santo, Santo!; ¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu de ambos!

Las tres maneras son progresivas, en progresión ascendente; las tres son necesarias, no se puede prescindir de ninguna de ellas mientras vivimos en la tierra. Podríamos caer en el orgullo si pensáramos que ya no necesitamos pedir u, orgullo mayor aún, tampoco el dar gracias.

Ahora bien, ¿y pedir al prójimo? ¿Pedirnos entre nosotros, las personas humanas? En pequeñito, de juguete pero también, los que los profesores dicen “analógicamente”. Parafraseando a san Juan: “¿Dices que pides a Dios a quien no ves y no pides al prójimo que sí ves? Hipócrita”. Necesitamos pedir pues somos seres sociales y no autoabastecidos. Hemos de pedir, sobre todo, amor que es algo que necesitamos sumamente y que los que nos rodean no están obligados a darnos. Y también hemos de agradecer, “es de bien nacidos ser agradecidos”, dice el refrán. ¿Y también podemos alabar al prójimo? Sí porque, ¿hay quien no tenga nada bueno, digno de alabanza? Con prudencia, sí, pero alabar lo bueno que tengan.

Estos tres modos de orar fue una de las cosas que me enseñó el Padre Alfredo Rubio de Castarlenas hace unos 30 años y que, hace pocos meses, dijo Francisco, el obispo de Roma, el Papa, en su excelente magisterio.

Pero cuando termino estas letras(1) he leído a: Afraates (¿- 345), monje, obispo cerca de Mossul, (Las Disertaciones, nº 4) que dice lo mismo y es del siglo IV:


“Voy a enseñarte los modos de oración: en efecto, está la oración de petición, la de acción de gracias y la alabanza; la de petición es cuando pedimos misericordia por nuestros pecados, la acción de gracias es cuando das gracias a tu Padre que está en los cielos, y la alabanza cuando le alabas por sus obras. Cuando estás en peligro, acude a la petición; cuando te sabes provisto de bienes dale gracias al que te los da; y cuando estás de buen humor, presenta la alabanza. Todas tus plegarias debes presentarlas delante de Dios según las circunstancias. … no debes orar siempre de la misma manera sino según las circunstancias”.

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P. D.: Ayer mismo, 29 de noviembre, en viaje a Turquía, después de rezar descalzo en la Mezquita Azul, “Francisco le ha dicho al Gran Mufti: tenemos que dar un paso más, además de pedir y dar gracias, tenemos que adorar a Dios, la adoración gratuita.”
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[1] Primer domingo de Adviento de 2014.
 
Juan Miguel González Feria, Pbro.

España

Atisbos




Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan(Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.

12 de noviembre de 2014

Pliego nº 70


Misioneros del sosiego

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Vivimos inmersos en la inmediatez. El siglo XXI ha entrado con una mejora exponencial en las comunicaciones sociales. Es la era de las redes y la comunicación al instante. Sin negar todos los beneficios que supone en nuestro día a día, hemos de prevenirnos de los abusos, pues corremos el riesgo de quedar ahogados en la riada de whatsapp, mails, twitts... Esta inmediatez de las comunicaciones, nos va calando, y sin darnos cuenta nos vamos autoimponiendo la misma inmediatez en responder al alud de mensajes que nos llegan a diario. Lo instantáneo pide respuesta inmediata y corremos dos peligros: la prisa y la dispersión.

Hay tantas cosas a hacer, cuestiones a resolver, asuntos por abordar, personas con las que hablar o visitar, que una acaba el día pensando que con las 24 horas no es suficiente. El tiempo se escapa de las manos, y a medida que van pasando los días, es necesario apretar a fondo el acelerador para llegar a hacer todo lo que hay que hacer.

La prisa y la dispersión son malas compañeras para la relación con Dios. En los Evangelios vemos que Jesús era un hombre de mucha actividad, que se movía mucho y que continuamente hacía cosas. Pero siendo un hombre muy activo, a mi, nunca me ha dado la sensación de impaciencia o atolondramiento. La precipitación, la prisa, el desasosiego no son valores que descubramos en su persona. Jesús, siendo un hombre de actividad trepidante, era capaz de retirarse al monte, y estar a solas con su Padre. Buscaba espacios y tiempos para retirarse y hablar con Aquel que era la fuente del amor.

La vida sosegada, sin prisas, tiene como una fuerza centrípeta que convoca a otros, congrega, aglutina; en cambio, la prisa desprende una fuerza contraria -centrífuga- que desprende a la gente, la aleja, y van quedando como rebotada, tirada al margen del camino. La prisa es una de las grandes tentaciones de nuestro tiempo para ir dejando al margen a aquellos que la sociedad considera una rémora, un obstáculo para seguir avanzando. Pero esta prisa enloquecida que vivimos es un engaño, pues no nos ayuda en ninguna medida a encontrar el camino, ni a vivir ni gozar del camino de la felicidad.

El que va con prisas, acaba yendo solo. Termina por ser un corredor solitario preocupado sólo en llegar a la meta, y tan centrado está en su objetivo -pues la prisa no le deja ni espacio ni tiempo para pensar en nada más-, que cada vez abarca menos, pues de tan solo que se queda, va disminuyendo la capacidad de abarcar tantos asuntos como querría resolver. Y la gente termina por apartarse, pues va dando codazos y empujones a los que encuentra en el camino.

El Reino de Dios avanza al ritmo de las personas, sin prisas, al ritmo de cada uno. Dios respeta nuestros ritmos, y la acción de su Espíritu en nosotros, es enérgica -sí-, pero siempre respetando nuestra libertad y al ritmo de cada uno. La oración, que es ese "dejarse hacer", pide sosiego; pide tiempo para "estar" y dejar que la acción del Espíritu fructifique en nuestro interior.

Para entrar en oración, es necesario pues, apearnos del tren de la prisa y subirnos al tren del sosiego. Esto no quiere decir que dejemos de hacer todo aquello que tenemos de hacer, pero desde la paz interior y la serenidad. Hemos de pedir al Espíritu Santo que nos envíe más misioneros del sosiego, hombres y mujeres que den testimonio de una vida sosegada y en paz. Porque la paz y la serenidad no son sólo fruto de nuestro esfuerzo, de nuestra voluntad, necesitamos también de la gracia de Dios, de los dones del Espíritu Santo.

Maria Viñas 
Barcelona (España)


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12 de octubre de 2014

Pliego nº 69


La visualidad como estrategia de oración


Las artes visuales, concepto en movimiento

Un comentario en torno a las relaciones entre oración y artes visuales exige detenerse en los alcances de las artes de la  visualidad.

La evolución del concepto del arte de lo visual en los últimos 100 años es notable y compleja. A las tradicionales artes plásticas -dibujo, pintura y escultura- se han sumado nuevos medios como la fotografía, el arte del objeto, la imagen en movimiento en el cine y la animación, las acciones del mismo artista en la performance y las realizadas por otros en distintos formatos como el happening, las prácticas políticas, el arte de la tierra, el uso del propio cuerpo, internet y los nuevos medios en sus diversas y complejas expresiones.

Es así como el objeto del arte cada vez se encuentra menos acotado, cada día está más expandido. En este contexto, ¿qué reúne y aúna todos estos medios y lenguajes? Podríamos decir que junto a la intencionalidad del artista, el común denominador de estas prácticas consiste en su capacidad de producir significado a nivel social e individual y en su visualidad. 

Más allá del arte, la visualidad nos construye

Avanzando un poco más en el análisis, es innegable que los múltiples estímulos visuales que nos bombardean día a día cumplen un rol protagónico en la construcción de nuestras identidades. Las imágenes están en todos lados y al arte se expande cada día más fusionándose con la cultura popular y relacionándose con disciplinas aledañas como el diseño, la moda, los video juegos, la publicidad y la arquitectura, entre otras.

Ante esta realidad hoy enfrentamos la emergencia de nuevas aproximaciones teóricas respecto a la visualidad que han surgido en los últimos 15 años tales, como los Estudios Visuales, que entienden la dificultad de delimitar en un marco lo que es una práctica artística y amplían el foco respecto al tradicional análisis de las Artes Visuales realizado por la Historia del Arte y la Estética o Teoría del Arte, entendiendo así la visualidad como un fenómeno ampliado respecto a las prácticas artísticas intencionadas.

Todas estas señales nos recuerdan que las imágenes nos construyen, que de algún modo somos lo que vemos y nos muestran a su vez que hoy nos encontramos inmersos en un contexto donde la cantidad de información visual es enorme, y la riqueza y variedad de las prácticas artísticas se ha ampliado de manera impensada.

La oración y el arte, una relación antigua y fecunda

Al revisar la historia del arte y la historia de las religiones nos encontramos con un camino que transita de la mano. Centrándonos en la historia de la Iglesia Católica, es fácil apreciar cómo durante cientos de años la pintura y la escultura fueron el principal medio de comunicación de la Palabra de Dios. Esta alianza dio los grandes frutos del arte durante la edad antigua y la edad media y fue fundamental en la edad moderna y la primera parte de la edad contemporánea. Al día de hoy, son muchos los artistas que exploran mediante diversos lenguajes, las posibilidades de encuentro entre Arte y Fe de manera más o menos directa.

Es así como la Historia del Arte ha entregado un material fecundo como base para la oración y hoy mismo el orante puede acceder a este material como fuente de inspiración para su contacto con Dios.

La visualidad como estrategia de oración

Ahora bien, más allá de las múltiples posibilidades que cientos de años de producción artística ofrecen en esta materia, existe la posibilidad para el orante de producir sus propias imágenes para poder establecer una  intimidad con Dios, a través de un lenguaje propio.

Ya San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales nos habla de la Composición de lugar como una herramienta para entrar en situación, a partir de un pasaje del Evangelio y poder imaginar el ser parte de una escena como un personaje, procesándola con los distintos sentidos, saboreándola, oliéndola, visualizándola. 

Orar no es sólo adorar, pedir, agradecer o hacer, es también estar  y la visualidad es una herramienta poderosa para poder permanecer en un lugar de oración de manera asilada de los estímulos externos. Entrar en este mundo agudiza nuestros sentidos y nos entrega una concentración especial, personal, específica y fina, delicada, llena de imágenes personales más allá de las socialmente consensuadas. El desafío es así el de construir un lenguaje propio que nos permita entrar en ese encuentro con Cristo, con el Padre.

Cerrar los ojos y morir al mundo para abrirlos en el interior y descubrir ahí múltiples espacios de encuentro, de comprensión, de calma, de aceptación…. Si nosotros logramos el escenario adecuado, Dios hará el resto, se manifestará.

Jorge Rojas Goldsack (Texto e imágenes)
Santiago de Chile



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12 de septiembre de 2014

Pliego nº 68


Teresa, maestra de oración




Estamos a las puertas del V Centenario del nacimiento de Teresa de Ahumada, conocida por Santa Teresa de Ávila. El Año Jubilar que iniciaremos el día 15 de octubre nos dará una preciosa oportunidad para escuchar palabras de belleza  humana y mística que después de 500 años  permanecen  hoy frescas  e inspiradoras. 

Teresa es una de las mujeres más fascinantes en el mundo cristiano y de patrimonio universal. Tanto por su carácter y sus iniciativas  como por sus experiencias místicas y por el modo en que las dejó escritas. Supo armonizar en su vida profundidad y cotidianidad, audacia y sencillez, humor y queja.

A Teresa, maestra de espirituales y mistagoga de oración le podemos pedir una palabra sobre la oración, que nos enseñe a orar. Hablar de oración  para Teresa es hablar de  su trato con Dios. 

Presenta al Dios que se ha acercado a su vida, deseoso de relacionarse con ella y de hacerle mercedes. Un Dios amigo, que le abre las puertas a la amistad, que tiene ganas de darse y que se da el primero. Un Dios amigo de todo hombre (V 22,6). Por eso, para Teresa la oración  es un trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V8,5). Requiere una  muy determinada determinación de beber de esa agua de la vida y de recorrer el camino interior  suceda lo que sucediere. Digo que importa mucho y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere… (C 21,2)

Con la fuerza de una veterana nos arenga a cada uno/a a entrar sin miedo en las propias moradas, a hacer un viaje a nuestro interior, a recorrer el propio castillo y a descubrir que no estamos huecos por dentro, que tenemos grandísima riqueza: en la morada más profunda, en el centro del alma está el Señor.  (C 28,10; M 1,1,2-3)

Las experiencias, más fuertes las localiza Teresa en el centro del alma, en los tuétanos, en ese yo de la persona, en una cosa muy honda  que no sabe decir cómo es (M 7, 1,1) 

La oración para Teresa es un modo de ser: de acogida a Dios y de donación personal. Ser orante exige continua conversión, cambiar el ser a base de lo que ella llama tres cosas necesarias (C 4,4): PASAR 

· del egocentrismo al amor-servicio (amor de unas con otras) 
· de la posesividad al  desasimiento o liberación de si (desasimiento de todo lo criado)
· de la autosuficiencia a la humildad-verdad (verdadera humildad)

La oración la define y la vive, también, como una escuela de verdades: Llegada a Vos, subida en esta atalaya donde se ven verdades(V 21,5).  La verdad de Dios, que nunca se cansa de dar, que siempre nos da la mano y, la verdad nuestra, siempre menesterosos y necesitados de su GRACIA.  

Maria Jesús Zabalza , Carmelita Misionera
Santa Coloma de Gramenet, Barcelona, (España) 


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12 de agosto de 2014

Pliego nº 67



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12 de julio de 2014

Pliego nº 66


Acompañar en la oración a los que no creen

 


Los que no creen

Hace muchos años participé en un evento interreligioso en Woldingham, Inglaterra. De todo lo que se dijo en ese congreso me acuerdo únicamente de una frase y ni siquiera puedo decir hoy quien la pronunció: “Si encuentras una persona de otra cultura o de otra religión, quitate los zapatos y recuerda que antes de que llegaras tú, Dios ya está presenté en ella”. Que importante es recordar que Dios ya está presente en las personas a quienes atribuimos el adjetivo "que no creen".

Dios siempre nos precede, El amó primero, El habló primero, El actuó primero... Dios nos sigue precediendo hoy... Todo ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios. Todo ser humano es templo del Espíritu Santo. Dios vive en cada persona.

La oración

La oración es un misterio; se trata de una relación. Podemos rezar en comunidad o a solas, podemos rezar con nuestras propias palabras o juntando nuestra voz a oraciones establecidas (como los salmos)... De todas maneras la relación de cada uno con Dios es única e intransferible. Tener presente a otras personas en esta relación única, me parece positivo: significa descentrarse de uno mismo....

Para mí la cuestión de fondo es ¿para quién rezo? y ¿que pido para esta persona? Estoy convencida que toda persona es digna de ser acompañada en la oración: Jesús pide por todos a su Padre... Tengo una amiga mexicana que no reza únicamente  por los secuestrados, sino también por los victimarios... Cuando pedimos para una persona es bueno examinar nuestra intención. Evitar proyectar nuestros deseos o necesidades... Se trata de pensar siempre en el bien del otro o quizás  simplemente se trata de tenerle presente, de no olvidarle... Me acuerdo de una canción que dice: sólo le pido a Dios que el mundo no me deja indiferente...

Ser compañero

Lo que me parece importante es el término acompañar. Acompañar, ser "compañeros" tiene mucho significado: viene de compartir el mismo pan, se trata de algo amplio, existencial. Me parece excelente expresar en la oración que queremos ser compañero de los que no creen. Porque es lo que Dios desea para la humanidad: que seamos compañeros todos, hombres y mujeres, ricos y pobres, creyentes y no creyentes...

Pauline Lodder
Ginebra (Suiza)

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12 de junio de 2014

Pliego nº 65



“Orar cantando, para atisbar la belleza de Dios”


Atisbar en la esencia del ser humano, supone la compleja pero apasionante tarea de adentrarse en todo aquello que le configura y potencia como tal. Adentrarse en los recovecos de la persona, es adentrarse en el ejercicio constante del ser que crece, que madura, que piensa, que se moviliza, que se nutre, que descubre, que crea, que se emociona, que cuestiona, que elige, que labora, que descansa, que contempla, que se enamora, que celebra, que cree... que... que... que...

Y como no, por lo que aquí nos interesa reflexionar, el ser humano, además, es el ser que busca “comunicar”, es decir, extraer de sí mismo y hacer llegar a los otros lo que es y siente, lo que anhela y pretende, lo que le hace sufrir o lo que le entusiasma y potencia, lo que es o busca ser, lo que cree y espera... y proponerlo, darlo a conocer, ofrecerlo, verterlo en la conciencia y en la capacidad de acogida o rechazo de cuantos le rodean.

“Comunicarse”, por mucho que favorezca y alegre a quien toma la iniciativa, será siempre una acción inacabada si no hay “otro” que corresponda y reaccione ante lo comunicado. Y es que la comunicación es además interacción, diálogo que se potencia, vínculos que se crean, lenguaje que explica y enriquece y silencio que inicialmente acoge, luego digiere, pero al final reacciona proponiendo lo propio.

Es desde esta indispensable condición de la persona, es decir, la de ser un “communicant hominem”, un “ser humano que se comunica”, desde la cual resulta también saludable visualizar y comprender a la “persona creyente”, es decir, a la que intenta comunicar a los demás lo que vive y cree de Dios, pero además y sobre todo, a la que intenta (o al menos debería) permanecer en comunicación, en conversación, en diálogo constante de amor y confianza con el Dios en el que dice creer. Esa comunicación, a la que llamamos “Oración”, es la maravillosa experiencia que, como si fuera poco, nos hermana con los creyentes de todas las religiones y con todos los hombres y mujeres que sin formar parte de ninguna estructura religiosa concreta, intentan con honestidad y buena voluntad, adentrarse en el conocimiento de la vida, del misterio y de la fuerza de Dios. Orar, es transitar por el puente misterioso y privilegiado de comunicación que se tiende entre lo humano y lo divino; puente por el que caminamos para ir al encuentro del Ser Supremo y puente que Dios también transita para salirnos al encuentro y amarnos. Decía la santa de Ávila, Teresa de Jesús, en su “Libro de la Vida”, concretamente en el capítulo 8, que: orar es “hablar de amor, con quien sabemos, nos ama”. Vivir de esa forma la experiencia de la oración, nos abre al descubrimiento del verdadero rostro de Dios: en vez de juez implacable, Dios es “Padre y Madre” que sólo quiere la vida y la felicidad de sus hijos e hijas; en vez de discurso que acusa, Dios es “Palabra de Vida” que se hace carne para compartir desde dentro nuestra realidad humana y plenificarla; en vez de “fealdad que asusta y confunde”, Dios es “Belleza que serena y devuelve claridad”...

Detengámonos en esa última consideración: “Dios es -puede ser- Belleza que serena y devuelve claridad”. Los cristianos orientales dicen algo precioso: “uno de los nombres de Dios, es Belleza”... Asumir esa afirmación nos puede hacer mucho bien, especialmente a los cristianos que pretendemos con humildad, vivir una experiencia de Dios un tanto más humana, más liberadora, más del Evangelio, más festiva. Muchos y mucho nos han insistido desde los púlpitos, desde las catequesis, desde las aulas de teología, desde los documentos oficiales, desde siempre y con diversas voces y métodos, que Dios es “Poder”, “Sabiduría”, “Conocimiento”, “Omnipotencia”, “Soberano”, “Temible”, “Infinito”, “Altísimo”... Está bien. Hay riquezas en todo lo que hemos recibido y aprendido en el camino de la fe. Eso no lo podemos ni debemos menospreciar. Pero, hay dimensiones de Dios que, especialmente los cristianos, tendríamos que aprender a rescatar y a vivir más y mejor.

“Dios es Belleza”... ¿cuántas veces nos han dicho que “Dios es Belleza”?... ¿Cuántas veces nos han invitado a plantearnos, como proponía la gran filósofa Simone Weil, que: "En todoaquello que suscita en nosotros el sentimiento puro y auténtico de lo bello, está realmente la presencia de Dios”?...

En una ocasión, alguien a quien quiero mucho y que más que un “hombre que cree en Dios”, se considera a sí mismo un “hombre que busca verdad y sentido”, me dijo algo que me sacudió con fuerza brutal. Más o menos me dijo esto: “cuando estoy en una iglesia, cualquiera que sea y veo y oigo las cosas que allí se dicen y se hacen, no siempre tengo la impresión de lograr conectar con algo que me acerque a una verdadera experiencia de eso que llaman Dios... pero cuando en esas mismas iglesias, escucho una Cantata de Bach o canto un bello himno con la comunidad reunida, algo misterioso e inexplicable acontece en lo más profundo de mi ser y la emoción que experimento, me hace llegar incluso a las lágrimas... supongo que es una forma de intuir a Dios...” Luego de escucharle, pasé muchísimo tiempo planteándome y replanteándome sus palabras y descubriendo la seria llamada de atención que ellas me suponían a mí, como cristiano que pretendo estar convencido y comprometido con la causa del Evangelio... Para aquel amigo, la belleza de la plegaria hecha canto, se había convertido en una ventana que se abría y le mostraba lo que él tanto buscaba e intentaba comprender. Algo de Dios se develaba en lo profundo de su ser, cuando de manera bella, la comunidad cantaba y proclamaba su fe en Dios. Él le canta a Dios... y Dios misteriosamente corresponde...

Siendo aún muy niño y debido a que un día mis padres me regalaron una guitarra y me invitaron a perder el miedo a “decir cantando” aquello que yo sentía, tuve una certeza: comunicar de manera bella, es un seguro camino para llegar no sólo a los sentidos, sino también a la razón y al corazón del otro. Más tarde, todo esto lo intenté colocar en el eje de mi experiencia de fe y fue entonces cuando empecé a experimentar y a comprender que “orar cantando”, es decir, “hablar bellamente de Amor, con quien yo sé, me ama” se convertía en una forma privilegiada de atisbar la belleza de Dios y además, de manera misteriosa, empezar a escuchar la profunda y preciosa canción que Dios quería seguir entonando en mi vida.

Cantar, puede ser una forma bella de decir lo que se siente, de narrar lo acontecido, de hacer memoria y transmitir lo recibido de nuestros ancestros, de declarar el amor que sentimos por el otro, de poner de manifiesto nuestros principios o convicciones, de exorcizar el dolor que nos ahoga o incrementar el gozo que nos habita... Entonar una canción desde el amor, puede llegar a ser el camino ideal para llegar al otro: al hermano, al amigo o a Dios...


En noviembre de 2009, el entonces Papa Benedicto XVI, se reunió en la Capilla Sixtina con varios artistas, entre otros, los cantantes Plácido Domingo y Andrea Bocelli, la escritora Susanna Tamaro, los arquitectos Zaha Hadid y Santiago Calatraba, la actriz Irene Papas, el compositor Ennio Morricone... A ellos les propuso que “la experiencia de lo bello, de lo auténticamente bello, de lo que no es efímero ni superficial, no es accesorio o algo secundario en la búsqueda del sentido y de la felicidad, porque esa experiencia no aleja de la realidad, más bien lleva a afrontar de lleno la vida cotidiana para liberarla de la oscuridad y transfigurarla, para hacerla luminosa, bella”...

Un canto hecho plegaria, una plegaria hecha canto, no es como algunos piensan y otros pretenden, un adorno que le brinda cierto toque estético a la celebración, o un elemento que adorna o decora al “resto valedero”. Cuando intentamos “comunicarnos” de manera bella, ya sea por medio del canto, o del color, o del movimiento, o de la imagen, o de la forma, o de la palabra, es decir, por medio de cualquier lenguaje artístico y esto además lo realizamos en el contexto de la oración personal o comunitaria, podemos llegar a establecer un poderoso puente a través del cual circularán con mayor soltura nuestros mejores impulsos humanos rumbo al Misterio. Y en correspondencia, en respuesta dentro de este bello diálogo de amor, lo Trascendente se nos hará más diáfano y hermosamente experimentable.

Si tal como decía Hermann Hesse, “arte significa, dentro de cada cosa mostrar a Dios”, posiblemente valdrá la pena que los que nos sentimos o pretendemos buscadores de Dios, e intentamos rastrearlo transitando los caminos de la verdad, del conocimiento, nos atrevamos también a recuperar y a transitar sin temor y con mayor entusiasmo, los caminos de la belleza. Y en una de tantas, al “orar cantando”, al “cantarle nuestro Amor a quien sabemos nos ama”, tendremos que cerrar los ojos empapados por la emoción y ¡os lo aseguro!, sentiremos un beso sagrado estamparse en nuestra frente y en nuestro interior... y al abrirlos, no habrá nadie... sólo la certeza de lo bellamente experimentado.

Rafa Zamora
Suiza

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12 de mayo de 2014

Pliego nº 64


“Oración, presencia en el mundo"

Recuerdo, ya en mis tiempos de juventud, que había diversos libros de espiritualidad en los que se anunciaba, incluso en el título, la posibilidad de rezar, no en lo habitual que sería en las iglesias, sino en la misma calle. Aquello nos entusiasmaba a los jóvenes ‘urbanitas’, que nos sentíamos convocados a hacer nuestra plegaria al Señor en el tranvía, en el metro, o caminando en plena calle, o paseando por un parque. Quizás era una simple manifestación rebelde, rompiendo esquemas, que buscaba en el fondo, una cercanía con lo trascendente.


Lo cierto es que a lo largo de la vida he ido descubriendo múltiples formas de plegaria, no sólo individual, sino también comunitaria. No sólo de ‘petición’ y de ‘acción de gracias’, sino también de ‘alabanza’. Meditando y contemplando también descubrimos maneras diversas de hacer oración.

Lo que más me ha llamado la atención y después he comprobado largamente en el día a día es lo que expongo a continuación: La oración individual, con aquella cita del Evangelio de Mateo que dice que “cuando quieras orar, enciérrate en tu habitación, y allí en lo secreto habla con tu Padre Dios” (cfr Mt, 6,6). Dedicar un tiempo diario para esta oración sosegada ante el Señor.

La oración en familia: con aquellos más íntimos, como los que Jesús escogió para orar en el monte Tabor, o en la montaña de los olivos. Para unos, serán la familia. Para otros los amigos, para algunos, los de su congregación. Es la más propia del grupo, de los que están en íntima comunión. Como Jesús con sus apóstoles en la Última Cena. Como María en Pentecostés rodeada de los Apóstoles, de las Santas Mujeres y de los Discípulos (unos 120).

Y por último, la oración en el mundo, fruto de las dos anteriores. Gracias a las anteriores oraciones personal y comunitaria, surge ésta más amplia y transformadora. Propia del Espíritu de Dios que llena la tierra. En esta plegaria es fundamental la mirada: mirar a la gente, mirar a unos y otros, y a todos juntos, reunidos. Ha de ser una mirada amable. Una mirada que acaricia a todos y cada uno de los que nos rodean en cada una de las circunstancias distintas.

Más aún: contemplar a las gentes. No hay nadie superior a otro. En todo caso, unos somos servidores de otros, pero nadie por encima de otro. La fuerza del amor del Espíritu de Dios nos une, nos enlaza, como una red.

Josep Lluís Socias Bruguera
Barcelona (España)


Atisbos


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12 de abril de 2014

Pliego nº 63


SED DE SER UNOS

Como seres humanos, vivimos una dimensión individual y otra social. Nacemos solos, pero nacemos de dos. Desde la esencia, somos seres sociales. Algunos nos dirán que somos seres irremediablemente sociales. Pasamos años tratando de construir la propia identidad, buscándola y permitiendo que crezca. Desde la familia hasta la escuela, el buen educador será el que permitirá que emerja lo más genuino de cada educando, lejos del ‘copiar y pegar’ tan propio a cierta edad.

Pero otra dimensión más allá de la individual se va desplegando en el proceso de construcción de la propia identidad, pues ésta se configura por interacción con los otros. Nuestros otros nos constituyen. Pero más allá del ‘soy yo y mis otros’ hay una dimensión que nos sobrepasa, que nos constituye y a su vez está más adentro y más afuera de nosotros. Es la que llamamos dimensión transcendente, porque trasciende nuestro yo más inmediato. 

Así es como, desde nuestra dimensión espiritual, nuestra relación con Dios no la tenemos sólo desde esa unicidad e individualidad, sino también desde la interrelación con nuestros próximos. Si esa relación dual con Dios la mantenemos en los espacios y tiempos de oración soledosa, la relación comunitaria con Dios supone otro espacio y tiempo que no podemos descuidar. Además de constitutiva humana, implica desplegar nuestro ser con los demás. Por ello, los espacios y tiempos de oración comunitaria impregnan esa disposición a vivir la unidad en la diferencia y a vivir la armonía con los modos plurales de ser y seguir siendo.

La oración compartida nos sitúa en una relación no dual con Dios, amplía nuestra vivencia de filiación a una vivencia de hermandad. La misma oración del Padre nuestro nos describe esa relación paterno-filial de muchos hijos e hijas con un mismo Padre-Madre. De tal modo que, saliendo del dualismo, la expresión “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 30), ya no suena a pérdida de identidad, a diluirse y negarse, sino a ser plenamente unos en el Padre, sin dejar de ser, dejarse hacer, no para diluirse, sino para fundirse en el Ser en plenitud, que no es sin que seamos en El. “El Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn. 10, 38). Sentir esa presencia de la Presencia es vivir en el Ser que llena de sentido todo el ser que es mientras se deja ser, que llega a su plenitud porque alberga en él toda la dimensión comunitaria, compartida de unidad en la diversidad.

En este inicio de Semana Santa, pedimos la gracia de vivir la unidad de todo aquello que nos dispersa, divide y desidentifica como hijos e hijas. Pedimos el coraje de vivir la coherencia de haber hecho experiencia de esta unidad. Ya nada es igual. Vemos una misma realidad desde otra dimensión, la que nos permite esa dimensión compartida de la fe, de la oración sostenida por la fuerza de la unidad, de la hermandad.

La oración compartida, además de unirnos en una misma contemplación, libera del autocentramiento para abrir a la percepción más allá del propio yo. La dimensión comunitaria de la oración lleva a la apertura y trascendencia como sistema abierto y vivo, dinámica y en permanente movimiento. No en vano, aquello que caracteriza la vida de Jesús es su experiencia de unidad con el Padre.

Rosa Astals
Barcelona (España)


Atisbos




Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.


12 de marzo de 2014

Pliego nº 62


Cerrada la puerta


En la oración, estando en soledad y silencio con Dios-Padre, es donde cada uno alimenta su libertad y responsabilidad. Por ello, es importante dejar nuestros trabajos y apostolados -por grandiosos que puedan parecer o ser- para retirarnos a la soledad y el silencio, como Jesús se retiraba a estar a solas y en silencio con Dios Padre.

En Jesús tenemos el modelo a seguir:

Dios Padre fue para Jesús la razón de su vida: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha  enviado y llevar a cabo su obra de salvación.» (Jn. 4, 34)

Jesús pasaba largos ratos en oración con el Padre: «Jesús se retiraba a orar a lugares solitarios.» (Lc. 5, 16) «Jesús se fue al monte a orar, y se pasó toda la noche orando a Dios.» (Lc. 6, 12)

Jesús es nuestro Maestro, él mismo nos lo dijo: «Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón, porque efectivamente lo soy.» (Jn. 13, 13)

Toda su vida pública la dedicó a darnos a conocer al Padre, que habitaba en él: «Felipe, el que me ve a mí, ve al Padre.» (Jn. 14, 9) «Nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera revelárselo.» (Lc. 10, 22)

Jesús nos invitó a hacer como él: «Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago y los llevó al monte a orar.» (Lc. 9, 28) «Tú, cuando ores, métete en tu cuarto y, con la puerta cerrada, ora a tu  Padre, que está allí a solas contigo. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te recompensará.» (Mt. 6, 6)

Si lo hacemos de forma habitual, toda nuestra vida será contemplativa, incluso en la vida activa: Jesús: «El que me ama de verdad, se mantendrá fiel a mi mensaje; mi Padre le amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él.» (Jn. 14, 23)

Busquemos estar a solas y en silencio, cerrada la puerta, y sentirnos cara a cara con Dios Padre: ¡Papá! Así  sentiré que soy su hijo amado, que su felicidad está en que yo esté con Él.  Sintamos que soy la complacencia de Dios Padre. ¡Qué alegría estar con Dios Padre a solas, sabiendo que soy su alegría!

Que vivamos con gozo este misterio del Señor, y nos aproveche para crecer en la amistad con él y con los demás.

José Agis
Almería (España)



 

Atisbos



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Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.


12 de febrero de 2014

Pliego nº 61


Orar

Rogando (B.L)
Para mí no es lo mismo rezar que orar. Diría que rezar es recitar de memoria frases u oraciones aprendidas con anterioridad. En cambio, orar es llamar y responder; es llamar a Dios y es responder a sus invitaciones. Orar es un diálogo de amor. Orar es una disposición interior que busca el encuentro en la intimidad con Dios. Para ello no hace falta construir frases, ni poner en marcha la memoria. Sobran las palabras, basta únicamente la voluntad.

En este sentido podemos afirmar que la oración es dialogar con Dios, hablar con Él con la misma naturalidad y sencillez con la que hablamos con un amigo de absoluta confianza. La oración es un diálogo profundo con Dios, y como en todo diálogo, se hace imprescindible la escucha y la actitud abierta y receptiva hacia Aquel en quien confiamos y de quien lo esperamos todo.

Si la oración es comunicación con Dios debemos ser conscientes que, más esencial que lo que nosotros digamos es lo que Dios nos puede trasmitir. Toda comunicación es válida en tanto en cuanto favorece el encuentro, de esta forma la mejor finalidad de la oración será procurar el encuentro íntimo y personal con Dios.

"Si tienes un amigo recorre con frecuencia el camino hacia su casa, de lo contrario corres el peligro de que crezca la maleza y no encuentres el camino". Pienso que este proverbio oriental nos ayuda a ver la importancia de la oración.

La amistad-amor es un regalo, es el mejor regalo que nos podemos hacer los seres humanos. Y por tanto es gratuidad total y absoluta: nadie nos puede exigir amistad-amor ni nosotros se la podemos exigir a nadie. 

La amistad-amor, una vez que se tiene, requiere ser cultivada, cuidada y atendida. Esta se alimenta con la presencia del amado. Es necesario encontrar tiempo para estar con él. No es suficiente verlo y hablarle entre el barullo de la gente. Hay que reservar un espacio para la intimidad, para estar a solas, para compartir la existencia con quien quieres. Cuando esto no se hace o se abandona, al principio se echa en falta, después la amistad-amor va enfriándose poco a poco y al final la distancia y la lejanía provocan que estas personas acaben viéndose como extraños y desconocidos. La presencia del otro ya no dice nada, desapareció el afecto, murió el amor. Pensemos que en nuestra relación con Dios nos puede pasar exactamente lo mismo.
 
¿Cuándo orar?

Se debe orar siempre, en toda ocasión. Podríamos incluso afirmar, que la vida es toda ella oración, si en verdad, es una vida vivida para Dios y en relación a Él. Pero también podemos caer en el error de pensar que como toda acción, vivida desde la fe, es oración, no es necesario dedicar momentos para perderlos "a solas con el Señor".

Para un padre de familia no basta con que todo cuanto realiza lo haga por su mujer y sus hijos, es también básico que dedique tiempo a estar con su mujer y con sus hijos. Del mismo modo no basta con que nosotros lo hagamos todo por Dios, también es elemental el que dediquemos tiempo a estar con Él.

Por ello cada día debemos reservar un espacio para la oración, para la intimidad con Dios, para el sosiego espiritual. Pero este espacio no surge sino está previsto, preparado y programado en nuestra agenda diaria. Fijemos para cada día nuestra cita con Dios, y no faltemos a ella.
 
¿Dónde?

Lo más sencillo sería decir: "en cualquier sitio". Cualquier lugar es bueno para encontrarse con Dios, para la oración. Esto es cierto; podemos orar en el trabajo, en la fábrica, en el taller, en la universidad. Podemos encontrarnos con Dios en la calle, en el cine, en la fiesta...

Pero también es verdad que no todos los lugares favorecen de la misma manera este encuentro. La oración se nos puede hacer menos difícil si procuramos un ambiente adecuado. Un lugar apropiado sería aquel que facilite la soledad, el silencio; un sitio donde no haya apenas elementos que desvíen la atención. La oración y la contemplación pueden verse favorecidas cuando nos  encontramos en un paraje natural: junto a un río, en una montaña alta, frente al mar, o cuando nos encontramos en una habitación desnuda de adornos, o frente a la luz tenue de una vela.

Anna Bundó Mas
Barichara (Colombia)


Atisbos


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Imagen acompañada de un escrito o pensamiento de Dolores Bigourdan (Canarias 1903 - Barcelona 1989) con el fin de ofrecer un espacio de reflexión.