12 de abril de 2016

Pliego nº 87


La misericordia de Dios y la fragilidad humana


Cuando pensamos en la misericordia parece que automáticamente nos vienen a la cabeza dos realidades distintas, por un lado el inconmensurable amor de Dios y por otro lado la radical fragilidad humana.

¿Será que la misericordia es un lugar de encuentro entre Dios y la humanidad?, o mejor dicho, ¿será la manifestación de ese encuentro? Un encuentro lleno de ternura entre el Creador y las criaturas. Pero si fuera así, ¿cómo se concretaría?

El Papa Francisco nos lo dice claramente en la primera frase de la Bula de Convocación del Jubileo de la Misericordia: «Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre», Él revela la misericordia del Padre «con sus palabras, con sus gestos y con toda su persona» (MV 1). A través de Cristo se concretiza este encuentro amoroso de la humanidad con el Padre.

Sin embargo, el encuentro con Cristo y por Él con el Padre no es para que nos quedemos ahí, quietos, sino todo lo contrario. Cristo es puente que une a Dios con la humanidad, por Él tanto vamos al Padre como nos encontramos con los demás.

Aquello que Jesús les dijo a los apóstoles después de lavarles los pies, también nos lo continúa diciendo a nosotros hoy: «Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» Jn 13, 15. Esto significa que también nosotros estamos llamados a ser rostro de la misericordia del Padre.

Sin embargo, el primer paso no es ser dadores sino receptores. Antes que nada tenemos que experimentar la ternura de Dios para con nosotros. Tenemos que tomarnos tiempo para contemplar las veces que Dios nos ha tocado con su ternura. Entonces sí, podremos ser nosotros rostros de la misericordia, como ya lo fueron otros con nosotros.

¡Tomar consciencia de la acción de Dios en nosotros no siempre es fácil! A menudo nos preguntamos dónde y cuándo Dios actuó. Quizá encontremos la respuesta en la propia palabra MISERICORDIA, que significa tener el corazón con el mísero. Allí donde está la miseria humana, la fragilidad humana, allí está el corazón de Dios. Pero cabe preguntarnos: ¿cuál es nuestra fragilidad?

Veamos como la definen las obras de misericordia.

Si las leemos con atención veremos que todos participamos de una forma u otra de las fragilidades que las obras de misericordia apuntan. Éstas nos recuerdan que no somos seres autosustentables sino radicalmente vulnerables, pues somos seres enfermables y mortales, que necesitan de alimento, de cobijo y de compañía; pero además nos recuerdan que somos falibles, ignorantes de muchas cosas y capaces de hacer el mal; que somos limitados y portadores de una fragilidad (o defectos) que tiene que ser soportada por los demás con paciencia, que necesitamos de consuelo, y no pocas veces de que otros intercedan por nosotros ante Dios porque hay situaciones en las que lo único que nos queda es ponernos en manos de Dios y a veces ni siquiera para ello nos quedan fuerzas.

El teólogo francés Jean Mouroux, en su obra, El sentido cristiano del hombre, afirma que la miseria del ser humano es una llamada a nuestra libertad para que se entregue en la caridad, haciendo mutuamente prójimos al que sufre y al que consuela.

La fragilidad humana tiene este carácter ambivalente de hacernos partícipes de una radical vulnerabilidad y al mismo tiempo nos moviliza hacia la caridad, hacia ese amor que nos lleva a amar a cada criatura como Dios la ama.

Así en cada uno de nosotros puede coincidir esta inconmensurabilidad del amor de Dios y la radicalidad de nuestra fragilidad.

Clara Isabel Matos
Barcelona (España)

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